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    4 anni fa
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    6 anni fa

    te quedo chido

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    7 anni fa

    buen articulo

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    Ha commentato l'argomento Autobiografia veloz.
    7 anni fa

    aqui les traigo otra historia titulada autobiografia veloz espero que les guste
    De niño sólo leía historietas. Salvo los libros escolares, los demás eran para mí objetos muy lejanos. Pero no sólo para mí: para los niños mexicanos que no vivían en un ambiente que propiciara la lectura. Ah, pero las historietas. Esos cuadernitos llenos de ilustraciones que narraban las aventuras de superhéroes o que contaban nuevos episodios de la vida de personajes ya conocidos, casi familiares, me llenaban la cabeza y me hacían feliz. Además de ese placentero pasatiempo, me dedicaba a jugar futbol con mi hermano Javier. Sin nuestras sesiones diarias de pelota, bien uniformados la mayoría de las veces, en el jardín de los abuelos o en la calle, la vida no hubiera sido tan disfrutable. Y no sólo la pelota: jugar a lo que fuera, con la participación de mis otros dos hermanos, era lo que le daba el sentido a todo. Cuatro niños ya eran una buena banda como para inventarse sábados y domingos sin desperdicio. Para ese entonces ya sabía dos cosas importantes sobre mí mismo: que me gustaban los mundos imaginarios de las historietas y que había nacido con una clara inclinación hacia el juego. Fue hasta los dieciséis años que comencé a leer libros. Resulta que mi hermano y compañero de juego de futbol tenía otras habilidades, además de meter goles en mi portería: le gustaba recitar poemas. Un día decidió participar en su escuela en un concurso. Iba en primero de secundaria y creía que tenía pocas posibilidades de ganar, ya que los de tercero eran más experimentados. Pero ganó recitando un poema de García Lorca, y con ello obtuvo como premio una medalla y un libro, Crimen y castigo, de un ruso llamado Fédor Dostoievski, un libro por cierto poco cercano a un joven de trece o catorce años. Lo dejó a un lado: la satisfacción de haberle ganado a los mayores era suficiente recompensa. Un día en el que no tenía nada que hacer tomé el ejemplar y comencé a leerlo. Leí la primera página, la segunda, la tercera, la cuarta y sin darme cuenta en poco tiempo ya estaba demasiado metido en la historia como para poder abandonarla. Iba a la escuela, regresaba a la casa, comía, me olvidaba de la tarea y me disponía a leer toda la tarde y toda la noche hasta que el sueño me ganaba. Recuerdo esas tardes con mucha nostalgia. Pero pronto llegó el día temido en el que habría de leer la palabra “FIN”. Sentí que algo se había roto en mí. “¿Y ahora qué hago?”, me dije. Muchas de las últimas horas las había pasado junto a personajes que tenía poco tiempo de conocer y en un país que sabía de su existencia sólo porque me habían hecho aprender de memoria su Autobiografía veloz Francisco Hinojosa  capital. Cuando leía, mi cabeza se llenaba por completo de todo cuanto pasaba en la novela. Digamos que al abrir sus páginas abría también una puerta que me dejaba entrar a Moscú en pleno siglo xix. En mi casa no había muchos libros, pero sí los suficientes como para saciar esa nueva sed: quería seguir leyendo historias. Así comenzó mi amor por los libros, porque muy pronto descubrí que además de novelas podía leer muchas otras cosas: una biografía de Leonardo da Vinci, un tratado sobre las hormigas, poemas de Rafael Alberti, el relato de un hombre que un buen día amanece convertido en un insecto, una mala versión de La divina comedia. Un año después me enfermé de hepatitis, lo cual me obligó a estar dos meses en cama. Lo sentí casi como un premio: era una inmejorable situación para dedicarme a leer. Sin embargo, leía de una manera desordenada: los libros que caían en mis manos, los que había en la casa, los que me regalaban, los que empezaba a comprar con lo que tenía de dinero. Y así fue durante más de un año. Hasta que se me ocurrió ponerle un orden a las lecturas y dejarme guiar por quienes más sabían: me metí a estudiar en la universidad una carrera que tuviera que ver con los libros, Letras Hispánicas. Y luego llegó algo que no me imaginaba: que ese gusto por la lectura desembocara en un deseo de escribir. ¿Sería yo capaz de crear mundos como los que llenaban las páginas de mis libros? ¿A quién había que pedirle permiso para escribir? Como a los dieciocho años hice mis primeros intentos: me dediqué con esmero a escribir poesía. Lo hice con mucho entusiasmo y guiado por los escritores que más me gustaban entonces. Los imitaba, los copiaba, trataba de ser como ellos. En unos cuantos años llegué a juntar un montón de hojas escritas, casi siempre, con una máquina mecánica. Sin embargo, poco a  poco me di cuenta de que los poemas que escribía empezaban a contar algo, hasta que un día escribí una historia. Disfruté tanto hacerlo que supe de inmediato que lo mío era más el cuento que la poesía. Gracias a algunos compañeros de la carrera, comencé a escribir y publicar reseñas de libros en revistas literarias. Unos editores, que habían leído esas reseñas, me llamaron un día para pedirme que les hiciera un trabajo: adaptar algunos mitos prehispánicos de la creación y algunas leyendas de la época de la Colonia para ser leídos por niños de diez a doce años. Salieron de allí dos hermosos volúmenes titulados El sol, la luna y las estrellas y La vieja que comía gente. Gustaron tanto esos libros que a los mismos editores se les ocurrió otro proyecto: publicar cuentos para niños que tuvieran que ver con distintas etapas de la historia de México. A mí me encargaron que lo hiciera sobre la primera mitad del siglo xx. Escribir un cuento que transcurriera en los años cuarenta era todo un reto para mí. Y además tenía que ser para niños. Eso no estaba en mis planes originales, pero ¿por qué no intentarlo? Para situarme en la época, me puse a leer libros de historia y a consultar periódicos de esos años. Al poco tiempo empezaron a llegar las ideas. Se me ocurrió escribir el relato de un niño que vende periódicos en las calles del centro de la Ciudad de México. De esa manera podría situar las acciones en el momento histórico que había elegido, ya que el personaje podía gritar las noticias de una manera natural. Terminé el cuento, lo entregué a mis editores y ellos, responsablemente, se lo dieron a leer a varios niños lectores. La respuesta fue contundente: “este cuento no nos gusta”. Cuando me dieron la noticia me puse triste: sabía que había fracasado en ese primer intento de escribir para niños. Después de releer el cuento y notar todos los errores que había cometido, decidí rehacerlo. Al cabo de unos días  lo terminé y lo volví a presentar. Los niños leyeron la nueva versión y al fin la aprobaron: “ahora sí nos gusta”. Ese primer cuento se llamó A golpe de calcetín. Lo que aprendí al ser rechazado esa vez fue importante, ya que desde entonces he escrito más de veinte libros a partir de la idea de que los niños son lectores muy exigentes. Leer libros sigue siendo una de mis actividades favoritas. Gracias a ellos puedo viajar a través del tiempo y del espacio desde la tranquilidad de un sillón en mi casa, conocer a personajes que se parecen a los de la vida real pero que están hechos de palabras, vivir historias que otros imaginaron, dejarme llevar por la música de un poema. Y allí están siempre los libros, listos para brindar sus páginas sin exigir nada a cambio. Escribir es otra de las actividades a las que más tiempo dedico. Quizás decidí escribir para agradecer así lo que los libros me han regalado a manos llenas. Y también para contarme a mí mismo las historias que no leí de niño. Cuando mis editores me dijeron que ese primer cuento que había escrito fue disfrutado por sus niños lectores, supe que tenía una nueva responsabilidad: exigirme a mí para cumplir con sus expectativas. Algo más: he aprendido que si quiero que alguien disfrute con lo que escribo, debo disfrutarlo yo también. En cuanto a las historietas, hace mucho que no leo una. Sin embargo, reconozco que me dejaron una gran huella que está presente en todo lo que escribo. En una imagen de cómic aparece un personaje que para hablar despliega un globito: en él caben, digamos, siete, ocho o nueve palabras, pero no  diez. Ésa es la enseñanza: no hay que escribir palabras de más, sólo las justas. Uno de mis primeros cuentos para adultos —porque también escribo para adultos— acaba de aparecer en formato de cómic: se llama Informe negro y es de corte policiaco. Sin haberlo planeado así, un texto mío me hace regresar, 45 años después, a mis orígenes como lector de historietas. Y finalmente, el juego. Conforme pasa el tiempo, cada vez estoy más convencido de que a mí me tocó relacionarme con el mundo a través del juego y del humor. Y eso puede ser contagioso, ya que por lo general ese estado de ánimo festivo suele compartirse: veo a quienes me rodean —familiares, amigos, conocidos— como compañeros de juego.

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    Ha commentato l'argomento El señor embrujado.
    7 anni fa

    aqui les traigo otro cuento llamado El señor embrujado espero que les guste
    Con su abrigo grueso, su larga bufanda y su estatura alta de hombre altivo, dice que para ejercer su cargo hay que parecerlo. Por eso siempre está impecable aunque su cabellera que admite algunas canas se alborote con vientecillos característicos a principios de septiembre. Hombre consciente de que el tiempo está vivo y no se detiene nunca, se fija horarios y procura cumplirlos. Sabe que del equinoccio de primavera en que los días son iguales en toda la Tierra, vendrá el solsticio de Capricornio y el hemisferio boreal prolongará sus noches. Aparecerá escarcha sobre los tejados citadinos y las palas quitanieve circularán recorriendo calles y banquetas. Desayuna a buena hora, aunque haya cumplido sus deberes en alguna recepción que abandona temprano. Entonces inicia tareas cotidianas sin ser interrumpido. Redacta discursos habituales con clara idea de lo que se propone decir, contesta mails, escribe artículos, organiza exposiciones artísticas en que selecciona materiales y resalta la importancia del arte mexicano. Planea eventos. Sólo con esa vida metódica puede conseguir lo que ha conseguido. Y no cambia horarios a menos que se presenten eventualidades insalvables. Cuando más metido estaba en su trabajo y poco antes de abandonar la residencia rumbo a la embajada, algo interrumpe su atención. Es un clamoreo extraño, inconsolable. Primero no alcanzó a identificarlo; luego lo escuchó viniendo desde la gran terraza construida sobre una fachada interior que da al mar y donde mira muchas veces los crepúsculos de Helsinki. El horizonte se parte en dos azules distintos marcados por una raya como si seres superiores usaran reglas para no cometer equivocaciones en su bandera. Aprovechan primero un azul claro y luminoso; el segundo más oscuro y denso y el cuadro se ilumina con una roja mancha solar apoderándose del panorama por las mañanas y desapareciendo rumbo a la negrura del anochecer. Pero en ese momento se llenaba de fuertes y vivos colores y las sombras huían extendiéndose hacia puntos lejanos, se dispersaban por bosques y jardines. Los gritos descorazonados guiaron al Señor Embajador, le dijeron que pisara cuidadosamente, como si el piso estuviera muy frágil, para no lastimar a una criatura negrusca, medio emplumada que se cayó del nido formado arriba del techo y con los ojillos semiabiertos esperaba entontecida la ayuda de una gaviota que volaba angustiada por un dinamismo sin tregua espantando a los intrusos que intentaran lastimar a su polluelo. La presencia del Señor Embajador la alarmó. Temió lo peor aleteando con las alas extendidas como hojas de navaja, gritando violentamente, dando giros en el aire. Aumentaron sus ansias cuando la cocinera a pedido de su patrón —convencido de que las únicas cosas terrestres que podemos llevarnos al cielo son las que regalamos—, dejó cerca trozos de pescado crudo que fueron rechazados con movimientos circulares viendo enemigos en ese par de humanos piadosos cuya ayuda despreciaba. No tenía otra forma de comunicarse sino por aleteos y alborotos. Exigía quedarse sola mientras redoblaba una actividad constante. Salía rumbo al océano y segundos después regresaba con pedacitos de comida recién cazada. Los colocaba suavemente en el pico de su cría. Los habitantes de la casa sintieron que su presencia resultaba inútil y se limitaron a observar esa escena detrás de las cortinas. Asombrados del infatigable ir y venir, hora tras hora, minuto a minuto, sin descanso. La gaviota estaba segura de que el tiempo imparable y mostrenco era su enemigo ¿o su aliado? Segura de que habían llegado los momentos de emigrar. Y ahí quedaron diplomático y sirvienta mirando un rato, desapercibidos tras cortinas que al abrirse operaban milagros y el paisaje se convertía en sutiles movimientos de la gasa. El Señor Embajador persuadido de que su ayuda sobraba. Pidió un automóvil y salió a cumplir tareas. Sin embargo cuando regresó por la tarde, pues a Dios gracias no tenía compromisos pendientes, aún no se solucionaba el problema. Seguía como lo había dejado; aunque la gaviota no perdía esperanzas. Una fuerza mil veces mayor a su tamaño la impulsaba. El Señor Embajador casi se acostumbró a los chillidos con los que durmió a pesar de que llegaban hasta su cuarto. El día siguiente se dispuso a retomar rutinas. Adoraba el silencio y sin embargo sintió inquietud porque el ruido había terminado. Se enrolló rápidamente su bufanda sobre la bata y fue a la terraza. La halló vacía. Se habían ido. El cielo seguía dividido en dos; abajo, algo brumoso; arriba transparente y el sol cumplía citas diurnas imponiendo su boceto rojo con un glorioso ímpetu igual a una pintura abstracta hecha en el taller del cosmos. Además se imponían los diferentes tonos grises y verdes de las casas y las plantas extendidas bajo ellas o trepando bardas.La bufanda del Señor Embajador lo convirtió de pronto en un niño fugitivo de obligaciones ministeriales arropado por una lana ardiente protegiéndolo del frío para observar tanto misterio hablándole a los ojos. Supo que el orden y la bondad regresaban al mundo y se detuvo un rato contemplando. Allá, todavía no muy lejos, madre e hijo iban juntos. Ella cambiaba posiciones, se ponía arriba, a la derecha, a la izquierda enseñándole cómo volar y cuidando que no cayera nuevamente. Ambos fueron dos puntitos cada vez más distantes; pero el amor y la persistencia se besaban uno al otro.

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    7 anni fa
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    Ha commentato l'argomento Despues de muertos solo flores.
    7 anni fa

    aqui les hablo de un breve cuento que espero que les guste
    Óscar salió de su casa como cualquier otro día, sin imaginarse que la vida te tenía preparada una gran experiencia. Caminó por la calle oscura. Al llegar a la parada del camión, vio que una señora de edad avanzada estaba sentada con un bolso tejido, un rebozo cubriendo su cabeza, unas sandalias viejas que dejaban asomar unos pies sucios y callosos. Óscar le ofreció un poco de café que María, su esposa, solía ponerle en un recipiente para llevarlo al trabajo. La anciana esbozó una sonrisa y tomó de un sorbo al café caliente. Óscar se atrevió a preguntarle a dónde se dirigía, para ver si sus caminos coincidían. Ella sonrío y le dijo: “No lo sé aún, éste parece ser mi último viaje, pero no puedo llevar todas mis cosas conmigo, no tengo mucho, todo está en esta caja. ¡Qué bueno que te has ofrecido a darme café! Tal vez, también podrías ayudarme con esta caja, pesa mucho y no la puedo cargar”. Entonces, Óscar se percató de que la señora estaba sentada en una caja de madera, más bien parecía un baúl. Pensó que efectivamente podría ser muy pesada para ella, y se ofreció a cargarla cuando llegara el autobús.
    Al llegar el camión, Óscar tomó la caja de la señora dándose cuenta que no pesaba de manera excesiva, pero pensó: “para la señora puede ser pesada en verdad”. Tomó el brazo de la señora y la ayudó a subir las escalinatas. Entonces, la anciana, mientras tomaba la mano de Óscar, le entregó un papel doblado, le pidió que cuidara sus cosas mientras ella iba a comprar algo y despareció. Óscar extrañado leyó el papelito que decía: “En mi baúl, cargo con todas mis pertenencias, desde ahora serán tuyas, pero cuando veas que la muerte se acerca a ti y estés completamente solo y sin familia, tendrás que deshacerte de ella como yo lo hago ahora. Todo lo que hay dentro es tuyo. Recuerda: aunque dejes vacía la caja, la debes regalar antes de morir”. En ese momento, el chofer del camión llamó a los pasajeros. Óscar no se podía ir; tenía que buscar a la señora. No estaba por ningún lado, había desaparecido. En verdad era muy extraño lo que estaba pasando. Volteó a ver el baúl, pensó que tampoco estaría, pero…, ahí estaba tal cual lo había dejado la señora. Se le estaba haciendo tarde para llegar a su trabajo, así que decidió llamar a su jefe para explicarle lo sucedido. Su jefe estaba muy molesto y no entendía razones, así que le dijo por el teléfono: “no me importa lo que te pasa, no puedes llegar tarde al trabajo, y menos faltar a trabajar por ayudar a una señora desconocida. Estás despedido”. AB-Lecturas-6 vers NO BERMAN.indd 31 27/03/12 13:15 32 Óscar estaba atónito, había perdido su trabajo sin saber realmente por qué ¿Cómo le iba a explicar a María lo sucedido? Tomó el baúl y regresó a su casa, con su termo en una mano y el baúl en la otra. Al llegar, María lo recibió con sorpresa, pues no era la hora acostumbrada para el regreso del trabajo de Óscar. Le preguntó qué estaba pasando y por qué regresaba tan temprano del trabajo; al ver la cara de Óscar a punto de soltar el llanto, sin entender, pero tratando de comprenderlo, lo tomó entre sus brazos y lo acunó como si fuera un niño desvalido. Óscar se sentó en la silla del comedor, puso el viejo baúl sobre la mesa y le contó toda la historia. María escuchó con atención y al terminar, preguntó: “¿Ya viste lo que hay en el baúl?”. Óscar respondió que no, pues con todo lo que había ocurrido, no había pasado por su cabeza echar un vistazo dentro de la caja. Estiró la mano y tomando la pequeña aldaba la abrió. Entonces se dio cuenta que sólo eran papeles revueltos sin más, un atadillo envuelto en un listón rosa, tal vez cartas de amor, otros papeles doblados cuidadosamente con palabras y palabras, y sobre dirigido a Óscar con una nota que decía: “Mi familia me echó a la calle, despojándome de todas mis pertenencias; pero yo, cuidadosamente, guardé mi testamento, en el que claramente indico que la persona que posea esta llave será la dueña de todo lo mío”. Y en un pañuelo doblado estaba una llave dorada, con una inscripción que indicaba que el baúl tenía un sobrefondo que se abría sólo con esa llave. Óscar y María lo abrieron con cuidado y encontraron algunas escrituras de propiedades y dos tarjetas de ahorro. María estaba llorando, Óscar la tomó entre sus brazos y le dijo: “No tomaremos este dinero, lo guardaremos para cuando seamos viejos. Yo saldré ma- ñana a buscar trabajo. No entiendo lo que ha pasado. Es claro que esta anciana quiso darnos un mensaje: debemos atender a nuestros padres. Ellos nos dieron todo mientras fueron jóvenes, ahora nos toca a nosotros devolverles con afecto y atención, todo lo que han hecho por nosotros. Debemos ir a visitarlos. Tu papá querrá saber de nosotros. Desde ahora nos organizaremos para ir un domingo a casa de tu madre y otro domingo a casa de mis padres. Ellos tienen que saber cuánto los queremos y recibir todo lo necesario ahora que están vivos. Después de muertos, sólo flores”.

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