Esta es la historia de un viejo conocido de la primera generación de consolas de Playstation, aunque también salió para PC en el año 2000 y bastante caro, unos 42 euros en tienda. En España el doblaje contó con Ramón Langa, la misma persona que dobla a Bruce Willis en todas sus películas.
El juego fue desarrollado por n-Space Inc, estudio americano fundado en Orlando en 1994; hace cuatro años cerró justo después de sacar en 2015 su último juego PC llamado Sword Coast Legends.
El título original es Die Hard Trilogy 2: Viva las Vegas, como pueden suponer encarnamos al cinematográfico superpoli John McLane. Para su repetitiva desgracia unos delincuentes vuelven a fastidiarle sus vacaciones, esta vez en la ciudad del juego y el pecado, donde ha ido a divertirse invitado por su amigo Kenny Sinclair recién nombrado director de la nueva prisión de máxima seguridad de Mesa grande en Las Vegas.
Antes de probar suerte en las ruletas de los casinos, decide llenar su estomago en la cena de gala que organiza su amigo alcaide y se topa con un motín de presos. Será la primera de las desventuras de McLane porque todavía tiene que toparse con terroristas haciendo de las suyas por toda la ciudad y millonarios arruinados con muy mala leche.
Los dados de la suerte han vuelto a dejarse caer en contra de McLane y ahora le toca rescatar de la cárcel a los ciudadanos más ilustres de Las Vegas, abatir terroristas y desactivar bombas con explosivos y gases asfixiantes colocadas por toda la ciudad y la majestuosa presa Hoover
El juego en sí es bastante singular ya que realmente son tres juegos en uno, de ahí lo de trilogía. En primer lugar tenemos el modo aventura en tercera persona, que no deja de ser como cualquier otro shooter de pistola aunque algo peor que la calidad media. Mientras buscamos bombas y rehenes tenemos los ojos abiertos para pillar llaves y tarjetas magnéticas que nos permiten entrar en nuevas estancias. Acabaremos con muchos de los malos usando distinto armamento que encontraremos por el camino desde pistolas a escopetas, subfusiles de asalto, lanzallamas ….
Gráficamente fastidiaba la manía de los enemigos de aparecer en lugares estúpidos y algunas paredes “transparentes“ que nos permiten ver el interior de habitaciones en las que todavía no hemos entrado. No parece que los desarrolladores se esmerasen mucho en el diseño de los niveles de esta fase.
La segunda fase de juego es conducir a toda velocidad por el desierto para cumplir unos objetivos mientras recogemos bonos
de tiempo y de velocidad extra. Usamos el auto para destrozar bombas o tirar de la pista al coche de los terroristas. De nuevo gráficamente no es ninguna maravilla y el estilo conducción algo tosco. Como el auto tarda en girar lo mismo que un remolque de 20 toneladas, es normal salirse de la carretera y muchas veces acabas transitando por un campo de vacas mientras maniobras para reincorporarte a la carretera.
Ha llegado la hora del plomo
La tercera fase y forma de juego es la más interesante y su punto fuerte, hemos llegado al puro tiroteo en plan Operation Wolf, House of the Dead o el Time Crisis.
Con el ratón de nuestra computadora o el mando de la Playstation apuntamos con el círculo visor y disparamos a todo lo que se aparezca en pantalla. Esta es la fase de acción más dinámica y adictiva, para la gente con la videoconsola era más divertido usar una pistola, puesto que a diferencia de otros títulos de Playstation aquí no había problemas de compatibilidades.
En La jungla de cristal 2: Viva Las Vegas podemos jugar la campaña que combina estos tres modos de juego o por el contrario podemos optar por el modo arcade, en el que elegiremos la fase de juego que más deseamos.
EPÍLOGO
Como ya anotamos antes el apartado gráfico del juego es regulero sin más, se hacía difícil de jugar en algunos momentos del día porque hay zonas de juego demasiado oscuras que no se apreciaban bien con la luz ambiental. Afortunadamente los efectos sonoros y la música mejoran el resultado, aportando adrenalina a la sensación de juego. Disparos de armas de fuego, explosiones, alarmas y derrapes confluyen con machacona música de discoteca nocturna.